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La Iglesia del Nazareno considera la sexualidad humana
como una expresión de la santidad y belleza que diseñó Dios el Creador. Debido a que todos los seres humanos son creados a la imagen de Dios, ellos tienen inestimable valor y dignidad. Como resultado, creemos que la sexualidad humana debe incluir más que la experiencia sensual, y es un regalo de Dios diseñado para reflejar la totalidad de nuestra creación física y relacional.

Como pueblo de santidad, la Iglesia del Nazareno afirma que el cuerpo humano es importante para Dios. Los cristianos son llamados y habilitados por la obra transformadora y santificadora del Espíritu Santo para glorificar a Dios en y con sus cuerpos. Nuestros sentidos, nuestros apetitos sexuales, nuestra capacidad de experimentar placer y nuestro deseo de relacionarnos han sido formados por el carácter mismo de Dios. Nuestros cuerpos son buenos, muy buenos.

Afirmamos la creencia en un Dios cuya creación es un acto de amor. Habiendo experimentado a Dios como amor santo, entendemos que la Trinidad es una unidad de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Por lo tanto, tenemos el anhelo en lo más profundo de nuestro ser de relacionarnos con otros. Ese anhelo se cumple finalmente al vivir en una relación pactada con Dios, la creación y amando al prójimo como a uno mismo. Nuestra creación como seres sociales es buena y hermosa. Reflejamos la imagen de Dios en nuestra capacidad de relacionarnos y en el deseo de hacerlo.

El pueblo de Dios es formado como uno en Cristo, una comunidad rica de amor y gracia. Dentro de esta comunidad, los creyentes son llamados a vivir como miembros fieles del cuerpo de Cristo. La soltería debe ser valorada entre el pueblo de Dios y apoyada en la riqueza del compañerismo de la iglesia y la comunión de los santos. Vivir como una persona soltera es involucrarse, como Jesús lo hizo, en la intimidad de la comunidad, rodeado de amigos, dando la bienvenida y siendo bienvenido, y expresando un testimonio de fidelidad.

Además, dentro de esta comunidad, afirmamos que algunos creyentes son llamados a casarse. Como se define en Génesis, “el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y se convertirán en una sola carne” (Génesis 2:24). El pacto del matrimonio, un reflejo del pacto entre Dios y el pueblo de Dios, es de fidelidad sexual exclusiva, servicio desinteresado y testimonio social. Una mujer y un hombre públicamente se rinden devoción el uno hacia el otro como testimonio de la forma en que Dios ama. La intimidad matrimonial tiene como propósito reflejar la unión de Cristo y la Iglesia, un misterio de gracia. También es la intención de Dios que en esta unión sacramental el hombre y la mujer puedan experimentar el gozo y el placer de la intimidad sexual y como resultado de este acto de amor íntimo, nueva vida pueda ingresar al mundo y a una comunidad de pacto de cuidado. El hogar centrado en Cristo debe servir como el principal lugar de formación espiritual. La iglesia debe prestar gran cuidado en la formación del matrimonio a través de la consejería pre-matrimonial y en las enseñanzas que denotan lo sagrado del matrimonio.

Sin embargo, la historia bíblica también incluye el triste capítulo de la caída, la corrupción del deseo humano, que resultó en conductas que engrandecen la auto soberanía, dañando y cosificando a los demás y entenebreciendo el deseo humano. Como seres caídos, hemos experimentado esta maldad en cada nivel–personal y corporativamente. Los principados y poderes en un mundo caído nos han saturado con mentiras acerca de la sexualidad. Nuestros deseos han sido torcidos por el pecado para enfocarnos internamente en nosotros mismos. También hemos contribuido a la ruptura de la creación por nuestro deseo, transgrediendo el amor de Dios y vivir caprichosamente, apartados de Dios.

Nuestra ruptura en las áreas de la sexualidad toma muchas formas, algunas por decisión propia y otras llegan a nuestras vidas por medio de un mundo quebrantado. Sin embargo, la gracia de Dios es suficiente en nuestra debilidad, para traer convicción, transformación y santificación a nuestras vidas. Por tanto, para evitar el incremento del daño del pecado y para ser testigos de la belleza y singularidad de los propósitos santos de Dios para nuestros cuerpos, creemos que los miembros del cuerpo de Cristo, capacitados por el Espíritu, pueden y deben abstenerse de:

  • Relaciones sexuales fuera del matrimonio y cualquier otra forma de unión sexual inapropiada. Teniendo en cuenta que la intención de Dios es que nuestra sexualidad se viva en la unión del pacto entre un hombre y una mujer, creemos que estas prácticas a menudo llevan a considerar a la otra persona como un objeto en la relación. Estas prácticas, en todas sus formas, también tienen el potencial de dañar nuestra capacidad de participar con todo nuestro ser en la belleza y la santidad del matrimonio cristiano.
  • Relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Ya que creemos que la intención de Dios es que vivamos en la unión de pacto entre una mujer y un hombre, creemos que la intimidad sexual entre personas del mismo sexo es contraria a la voluntad de Dios para la sexualidad humana. Aunque la atracción homosexual o bisexual de una persona puede tener orígenes diferentes y complejos, y las implicaciones del llamado a la pureza sexual tienen un alto precio, creemos que la gracia de Dios es suficiente para este llamado. Reconocemos la responsabilidad compartida del cuerpo de Cristo de ser una comunidad acogedora, perdonadora, y amorosa en la que la hospitalidad, ánimo, transformación y rendición de cuentas están a disposición de todas las personas.
  • Relaciones sexuales extra maritales. Dado que creemos que esta conducta es una ruptura de los votos que hemos hecho delante de Dios y ante el cuerpo de Cristo, el adulterio es un acto egoísta, una decisión destructora de la familia y una ofensa a Dios que nos ama pura y devotamente.
  • Divorcio. Dado que el matrimonio tiene el propósito de ser un compromiso para toda la vida, la ruptura del pacto matrimonial, ya sea iniciada personalmente o por decisión del cónyuge, no cumple con la mejor intención de Dios. Con sabiduría y de ser posible, la iglesia debe velar por la preservación de la unión matrimonial y ofrecer consejería y gracia a aquellos heridos por el divorcio.
  • Prácticas tales como la poligamia o poliandria. Ya que creemos que el pacto de fidelidad de Dios se refleja en el compromiso monógamo del esposo y la esposa, estas prácticas despojan la singularidad y la fidelidad exclusiva diseñada para el matrimonio.

El pecado y la transgresión sexual no solamente es personal sino que también permean los sistemas y estructuras del mundo. Por tanto, mientras la iglesia testifica de la realidad de la belleza y la singularidad de los propósitos santos de Dios, también creemos que debe abstenerse y abogar en contra de:

  • La pornografía en todas sus formas, la cual es deseo mal habido. Es la cosificación de las personas por causa de la gratificación sexual egoísta. Este hábito destruye nuestra capacidad de amar sin egoísmo.
  • Violencia sexual en cualquier forma, incluyendo la violación, agresión sexual, intimidación sexual, discurso de odio, abuso marital, incesto, tráfico sexual, matrimonio forzado, mutilación genital femenina, bestialidad, acoso sexual y el abuso de menores y otros grupos vulnerables. Todas las personas y sistemas que perpetúan la violencia sexual quebranta el mandamiento de amar y proteger a nuestro prójimo. El cuerpo de Cristo siempre deberá ser un lugar de justicia, protección y sanidad para aquellos que son, han sido y continúan siendo afectados por la violencia sexual. Un menor de edad es cualquier ser humano que tenga menos de 18 años, a menos que la mayoría de edad se alcance más tarde según la legislación particular de un país o región.

Por tanto afirmamos que:

  • Donde abunda el pecado sobreabunda la gracia. Aunque los efectos del pecado son universales y holísticos, la eficacia de la gracia también es universal y holística. En Cristo, a través del Espíritu Santo, somos renovados a la imagen de Dios. Lo viejo ha pasado para dar lugar a lo nuevo. Aunque la formación de nuestras vidas como una nueva creación puede ser un proceso gradual, la sanidad de Dios es efectiva para enfrentar el quebrantamiento de la humanidad en las áreas de la sexualidad.
  • El cuerpo humano es el templo del Espíritu Santo. Nuestra sexualidad debe ser conforme a la voluntad de Dios. Nuestros cuerpos no nos pertenecen, sino que han sido comprados por un precio. Por tanto hemos sido llamados a glorificar a Dios en nuestros cuerpos a través de una vida de obediencia sumisa a Él.
  • El pueblo de Dios está marcado por el amor santo. Sobre todas las virtudes, el pueblo de Dios debe vestirse de amor. El pueblo de Dios siempre recibe a los quebrantados en sus reuniones. Dicha hospitalidad cristiana ni es para justificar la desobediencia del individuo, tampoco una negativa para participar redentoramente en discernir las raíces del quebrantamiento. Restaurar al ser humano a la semejanza de Cristo requiere confesión, perdón, prácticas transformadoras, santificación, y consejo de parte de Dios—pero sobre todo, incluye la bienvenida de amor que invita a la persona quebrantada a la comunidad de gracia conocida como la iglesia. Si fallamos en confrontar honestamente al pecado y al quebrantamiento, habremos fracasado en amar. Si fallamos en amar, no participaremos de la sanidad que proviene de Dios para el quebrantamiento.

La implementación fiel de estas declaraciones por parte de las congregaciones de la iglesia global, en su tarea de recibir y ministrar a las personas, es compleja por lo que se debe ejercer con cuidado, humildad, valentía y discernimiento.