28

La iglesia proclama gozosamente las buenas nuevas de
que podemos ser hechos libres de todo pecado para tener una nueva vida en Cristo. Por la gracia de Dios, los cristianos debemos despojarnos “del viejo hombre” —de las antiguas normas de conducta así como de la antigua mente carnal— y vestirnos “del nuevo hombre” —de una nueva y santa manera de vivir así como de la mente de Cristo.

(Efesios 4:17–24)

28.1

La Iglesia del Nazareno se propone relacionar los principios bíblicos imperecederos con la sociedad contemporánea, de tal modo que las doctrinas y pactos de la iglesia sean conocidos y comprendidos en muchos países y en una variedad de culturas. Sostenemos que los Diez Mandamientos, como fueron reafirmados en el Nuevo Testamento, las enseñanzas de Jesús, demostrados concisa y plenamente en el Gran Mandamiento y el Sermón del Monte constituyen la ética cristiana básica.

28.2

Reconocemos, además, que tiene validez el concepto de
la conciencia cristiana colectiva, iluminada y dirigida por el Espíritu Santo. La Iglesia del Nazareno, como expresión internacional del Cuerpo de Cristo, está consciente de su responsabilidad de buscar maneras de particularizar la vida cristiana a fin de conducir a la ética de santidad. Las normas éticas históricas de la iglesia son expresadas, en parte, en los siguientes asuntos. Éstas deben seguirse cuidadosa y conscientemente como guías y ayudas para la vida santa. Quienes violan la conciencia de la iglesia, lo hacen para su propia perdición y con ello manchan el testimonio de la iglesia. Las adaptaciones debido a condiciones culturales deberán ser referidas a la Junta de Superintendentes Generales y aprobadas por ella.

28.3

La Iglesia del Nazareno cree que la vida cristiana, la
nueva y santa manera de vivir, incluye actos de amor redentor que deben llevarse a cabo para el bien de las personas, su alma, mente y cuerpo, y además apartarse de prácticas nocivas. Un ejemplo de amor redentor que Jesús tuvo con los pobres del mundo, y que ordenó practicar a sus discípulos, es lo que la iglesia debe hacer primero guardándose sencilla y libre del énfasis en la riqueza y ostentación; y en segundo lugar, entregándose a sí misma al cuidado, alimentación, vestido y refugio de los pobres y marginados. En la Biblia, en la vida y el ejemplo de Jesús, Dios se identifica con los pobres, los oprimidos y aquellos de la sociedad que no pueden hablar por ellos mismos y los ayuda. Nosotros igualmente somos llamados a identificarnos con los pobres y a ser solidarios con ellos. Declaramos que el ministerio de compasión a los pobres incluye actos de caridad, así como el esfuerzo de ofrecer oportunidades, igualdad y justicia. También afirmamos que la responsabilidad cristiana para con los pobres es un aspecto esencial de la vida de cada creyente que anhela una fe que obra mediante el amor. Además creemos que la santidad cristiana es inseparable del ministerio a los pobres puesto que conduce al cristiano a algo más que su perfección individual a la transformación de una sociedad y un mundo más justo y equitativo. La santidad, lejos de distanciar a los creyentes de las desesperadas necesidades económicas de las personas en este mundo, nos motiva para poner al servicio nuestros recursos para aliviar la necesidad y ajustar nuestros deseos según las necesidades de los demás.

(Éxodo 23:11, Deuteronomio 15:7; Salmos 41:1, 82:3, Proverbios 19:17, 21:13, 22:9; Jeremías 22:16; Mateo 19:21; Lucas 12:33,Hechos 20: 35, 2 Corintios 9:6, Gálatas 2:10)

28.4

Al enumerar las prácticas que deben evitarse, recono-
cemos que ninguna lista, por muy extensa que sea, podría incluir todas las formas de maldad en todo el mundo. Por lo tanto, es imperativo que nuestra feligresía busque fervientemente la ayuda del Espíritu para cultivar sensibilidad hacia el mal que trasciende la mera letra de la ley; recordemos la advertencia: “Examinadlo todo y retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal”.

1 Tesalonicenses 5:21–22

28.5

Se espera que nuestros dirigentes y pastores, en nues-
tras publicaciones periódicas y desde nuestros púlpitos, enseñen y recalquen las verdades bíblicas fundamentales que desarrollan la facultad de discernimiento entre lo malo y lo bueno.

28.6

La educación es de importancia capital para el bienes-
tar social y espiritual de la sociedad. Se espera que las organizaciones e instituciones educativas nazarenas como escuelas dominicales, escuelas (desde recién nacidos hasta secundaria), centros para el cuidado de niños, centros para el cuidado de adultos, universidades y seminarios, enseñen a niños, jóvenes y adultos los principios bíblicos y normas éticas en tal forma que nuestras doctrinas sean conocidas. Esta práctica puede tomar el lugar de las escuelas públicas o ser una adición a ellas. La educación en instituciones públicas debe complementarse con la enseñanza de santidad en el hogar. Además, los creyentes deben ser estimulados a trabajar en instituciones públicas y con ellas, a fin de dar testimonio a estas instituciones e influir sobre ellas en favor del reino de Dios.

(Mateo 5:13–14)

29

Sostenemos específicamente que deben evitarse las si-
guientes prácticas:

29.1

Diversiones que se opongan a la ética cristiana. Nuestra feligresía, tanto en forma individual como en unidades familiares, debe regirse por tres principios. El primero es la mayordomía cristiana del tiempo libre. El segundo principio es
el reconocimiento de la obligación cristiana de aplicar las más altas normas morales de la vida cristiana. Puesto que vivimos en días de gran confusión moral, en los que nos enfrentamos a la posible intrusión de los males modernos en el seno sagrado de nuestros hogares por diferentes medios, tales como literatura actual, radio, televisión, computadoras personales y la Internet, es esencial proceder con las más rígidas precauciones para evitar que nuestros hogares sean secularizados y mundanalizados. Sin embargo, sostenemos que se debe apoyar y fomentar entretenimientos que respalden y promuevan la vida santa, afirmen los valores bíblicos, y que respalden la santidad del voto conyugal y la exclusividad del pacto matrimonial. Especialmente animamos a nuestros jóvenes a usar sus talentos en los medios de comunicación y en las artes para influir positivamente en esta parte dominante de la cultura. El tercer principio es la obligación de testificar contra lo que trivializa a Dios o blasfeme contra Él, y también contra males sociales tales como la violencia, la sensualidad, la pornografía, el lenguaje blasfemo y el ocultismo, como son presentados por la industria comercial del entretenimiento en sus diversas formas, así como tratar de bloquear la acción de empresas dedicadas a proveer esta clase de entretenimiento. Esto incluirá evitar toda clase de entretenimientos y producciones de los medios de comunicación que producen, promueven o enfocan lo violento, lo sensual, lo pornográfico, lo profano o el ocultismo, o que presentan o idealizan la filosofía de secularismo, sensualismo y materialismo del mundo y menoscaban la norma divina de santidad de corazón y vida.

Esto amerita la enseñanza y la predicación de estas normas morales de vida cristiana, y que a nuestra feligresía se le enseñe a usar el discernimiento en oración, eligiendo continuamente la norma alta de la vida de santidad. Por tanto, hacemos un llamado a nuestros líderes y pastores a hacer un fuerte énfasis en nuestras publicaciones periódicas y desde nuestros púlpitos sobre tales verdades fundamentales, de modo que se desarrolle el principio de discernimiento entre lo malo y lo bueno que se encuentra en esos medios de comunicación.

Sugerimos que la siguiente norma dada a Juan Wesley por su madre constituya la base de esta enseñanza de discernimiento: “Todo lo que nuble tu razón, adormezca tu conciencia, oscurezca tu sentido de Dios, o elimine el sentir de las cosas espirituales, todo lo que incrementa la autoridad de tu cuerpo sobre tu mente, todo ello para ti es pecado”. (28.2–28.4, 926–931)

(Romanos 14:7–13; 1 Corintios 10:31–33; Efesios 5:1–18; Filipenses 4:8–9; 1 Pedro 1:13–17; 2 Pedro 1:3–11)

29.2

Las loterías y otros juegos de azar, ya sean legales o ilegales. La iglesia sostiene que el resultado final de estas prácticas es nocivo tanto para el individuo como para la sociedad.

(Mateo 6:24–34; 2 Tesalonicenses 3:6–13; 1 Timoteo 6:6–11; Hebreos 13:5–6; 1 Juan 2:15–17)